Es 1993. El honorable David Dinkins es alcalde de Nueva York: el primer alcalde negro de la ciudad. Entre un paseo por Central Park, compras de última hora y una visita al árbol de Navidad en el Rockefeller Center, una familia normal y corriente se prepara para celebrar las Navidades. Ella (nunca sabremos su nombre ni los de los otros personajes principales) es de origen puertorriqueño. Él, su marido, procede de Santo Domingo. Inmigrantes o hijos de inmigrantes, vinieron a Estados Unidos para hacer realidad el sueño americano. Para cumplir su sueño hay sólo una actividad posible: la del tráfico de drogas y se dedican a ello como si fuera un negocio normal y corriente. “Cortan” la heroína con precisión farmacéutica y llevan su negocio con el mismo rigor que los directores de empresa. Trabajan duro porque el negocio de la droga funciona 24 horas al día, siete días a la semana. El negocio también tiene sus bandas y sus límites territoriales y raciales.