Isabel no era la persona idónea para tratar de devolver a la monarquía española el prestigio tras un reinado tan nefasto como había sido el de su padre, Fernando VII. Con una preparación muy escasa y poco dotada e interesada para las tareas de gobierno, se vió manejada en todo momento por políticos y consejeros. Además, contó con la animadversión dentro de su familia. Su tío Carlos no admitió en ningún momento su legitimidad como heredera y se enfrentó, junto con sus partidarios, a los de la reina en las guerras carlistas que se desarrollaron durante todo el siglo XIX. Pero quizás por lo que ha pasado Isabel a la historia popular es por la larga lista de amantes que tuvo tras un desastroso matrimonio con su primo hermano Francisco de Asís. Esta inoperancia desembocó finalmente en la revolución de 1868 y en el exilio de la familia real.