Una nobleza viciosa y corrupta, un rey déspota y unos impuestos que sólo recaían sobre los más débiles: así era el "antiguo régimen". En Francia, el Tercer Estado ya no estaba dispuesto a soportar esta situación por más tiempo. Por eso estalló la Revolución, con todos sus excesos y perjuicios y con la sangre derramada en la guillotina: ese fue el terrible precio que se tuvo que pagar para entrar a un mundo nuevo.